Gordon Hewitt (The Monthly) – Andrea Duke – (Artist)
Dayani Flores (Translator) – Gabri Gomez (Translator/Editor)
The Monthly wishes to thank Dayani Flores and Gabri Gomez for all their work in providing translations of the conversion between Gordon Hewitt from The Monthly and the El Salvadoran artist, Andrea Duke
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Art is often connected with art moments. Do you see yourself as part of an art movement in El Salvador?
One way or another, we always tend to see ourselves reflected in something larger than us. Still, I wouldn’t say I belong to a specific artistic movement. My practice moves closer to the margins, on the peripheries, therefore I don’t feel part of the main artistic trends in my country. Furthermore, it has also been difficult to build alongside others, partly because I am also affected by other dimensions, such as recognising my place as a woman in this world.
At the beginning of the pandemic, I was a member of a collective of women artists that brought together visual, performing, and musical practitioners. We had a space in a cultural centre, Casa Bruja, and you could say it was the origin of a feminist artistic movement from which to work in an area that belonged to us. When you start questioning your way of living, among many other aspects, it becomes challenging to find yourself within artistic environments that can be harmful in different ways..
Eventually, the collective decided to dissolve due to internal divisions, but it remained active for ten years. Our space in the cultural centre stayed open for about five. Looking back now, I see those years as profoundly meaningful, as they allowed us to position ourselves as feminist artists within the cultural sphere. That experience gave us visibility and opened doors, creating opportunities to participate across each of our disciplines.
Foto/ Keyla Cáceres
El arte suele estar asociado a movimientos. ¿Te consideras parte de un movimiento artístico en El Salvador?
De una u otra forma, siempre tendemos a vernos reflejados en algo más grande que nosotros, pero diría que no pertenezco a un movimiento artístico. Mi práctica se mueve más cerca de los márgenes, las periferias, y por lo tanto no me siento parte de la corriente nacional de mi país. Además, ha sido complejo construir junto a otros y otras, en parte porque también me atraviesan otras dimensiones, como reconocer mi lugar como mujer en este mundo.
Al comienzo de la pandemia sí que formaba parte de un colectivo de mujeres artistas, que incluía artistas visuales, escénicas y musicales. Teníamos un espacio en un centro cultural, “Casa Bruja”, y se puede decir que fue el origen de un movimiento artístico feminista desde el que trabajar un área que nos perteneciera. Cuando una empieza a cuestionarse su forma de vivir, entre otros varios aspectos, se vuelve complicado encontrarse en espacios artísticos, que pueden ser violentos de diferentes maneras.
Finalmente, el colectivo decidió no continuar debido a rupturas internas, pero se mantuvo activo durante 10 años. El espacio en el centro estuvo abierto, aproximadamente, 5 años. Ahora, mirando hacia atrás, considero que esos años fueron muy significativos ya que nos permitieron posicionarnos como artistas feministas dentro de la esfera cultural. Nos dio voz y nos abrió las puertas, creando oportunidades para participar desde cada una de nuestras disciplinas.
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